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Hipótesis de la U invertida

La hipótesis de la U invertida, propuesta por Oxendine en 1984, establece que la relación entre la activación y el rendimiento es curvilínea en lugar de lineal. Según esta teoría, un aumento en la activación mejora el rendimiento hasta cierto punto óptimo, después del cual cualquier incremento adicional resulta perjudicial. Esto se ilustra claramente en situaciones cotidianas: una persona recién despierta (baja activación) o agotada después de correr un maratón (alta activación) probablemente tendrá un rendimiento académico deficiente. En contraste, alguien bien descansado y adecuadamente preparado tiene más probabilidades de rendir mejor en un examen.

Hipótesis de la U invertida

Esta teoría encuentra sus raíces en la ley de Yerkes-Dodson, formulada por Robert Yerkes y John Dodson en 1908. Su investigación inicial se centró en el aprendizaje animal, específicamente en ratones. Los experimentos mostraron que los ratones aprendían mejor a evitar descargas eléctricas intensas cuando la tarea era fácil (alta activación), pero su rendimiento disminuía cuando la tarea se hacía más difícil y la activación era alta. Estos resultados llevaron a Yerkes y Dodson a concluir que el rendimiento óptimo se alcanza con niveles intermedios de activación.

La primera parte de la ley de Yerkes-Dodson sugiere que el rendimiento en tareas de habilidad es mejor con niveles intermedios de activación. En otras palabras, tanto la subactivación como la sobreactivación pueden deteriorar el rendimiento. Por ejemplo, una persona que está somnolienta o extremadamente excitada no rendirá bien en un examen. La segunda parte de la ley señala que, a medida que aumenta la complejidad de una tarea, se requiere un menor nivel de activación para alcanzar el rendimiento óptimo. Esto significa que en tareas más difíciles, un nivel más bajo de activación puede ser más beneficioso.

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La hipótesis de la U invertida ha encontrado respaldo empírico en estudios sobre el rendimiento deportivo. Por ejemplo, Klavora (1978) descubrió que los basquetbolistas de bachillerato con niveles moderados de ansiedad somática rendían mejor. Sin embargo, a pesar de su aceptación, la teoría presenta varias limitaciones conceptuales y metodológicas. Landers y Arent (2010) señalan que la hipótesis no explica adecuadamente los mecanismos internos que subyacen a la relación activación-rendimiento, y la dificultad para medir el nivel de activación de manera independiente y precisa plantea otro desafío.

Un tercer problema es la incapacidad de predecir con precisión el nivel exacto de activación en el que el rendimiento comienza a verse afectado. Este defecto hace que la hipótesis de la U invertida sea “inmune a la falsificación” según Neiss (1988). Además, las restricciones éticas modernas impiden la utilización de estímulos aversivos, como las descargas eléctricas, para inducir diferentes niveles de activación en los participantes, lo que complica aún más la investigación en este campo.

A pesar de sus limitaciones, la hipótesis de la U invertida sigue siendo una referencia importante en la psicología del deporte. Aunque no ofrece una explicación completa de los mecanismos que vinculan la activación y el rendimiento, proporciona una predicción general que ha sido útil en la práctica deportiva. Psicólogos del deporte como Winter y Martin (1991) han utilizado esta teoría para aconsejar a los tenistas sobre la importancia de controlar sus niveles de activación para optimizar el rendimiento en competencias.

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En conclusión, la hipótesis de la U invertida y la ley de Yerkes-Dodson han contribuido significativamente a nuestra comprensión de la relación entre activación y rendimiento. Aunque existen críticas y limitaciones en su aplicación y explicación, estas teorías siguen siendo valiosas para el estudio del rendimiento en diversas áreas, desde el ámbito académico hasta el deportivo. La búsqueda de un entendimiento más profundo y preciso de los mecanismos involucrados sigue siendo un desafío importante para futuros investigadores.

(1) Yerkes, R. M., and Dodson, J. D. (1908) The relationship of strength of stimulus to rapidity of habit formation. Journal of Comparative Neurology and Psychology, 18, 459–482