La Malformación de Chiari I (MCI) es una condición cuyo entendimiento y tratamiento han evolucionado significativamente en el último siglo. Descrita inicialmente por Hans Chiari en 1891, la malformación formaba parte de una clasificación más amplia que incluía varios tipos de anomalías estructurales en el cerebro. A pesar de estas descripciones tempranas, la comunidad médica tardó varias décadas en adquirir un conocimiento más profundo de la fisiopatología de la MCI y de métodos de tratamiento eficaces. Hasta la década de 1970, la afección apenas se mencionaba en los libros de texto de neurología, y las opciones de tratamiento eran limitadas, lo que a menudo dejaba a los pacientes sin esperanza de mejora (1).

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La intervención quirúrgica para la MCI ha demostrado ser eficaz en muchos casos, ofreciendo a los pacientes la oportunidad de tener una vida normal. Las técnicas se han refinado a lo largo de los años, siendo la cirugía de descompresión el enfoque más común. Este procedimiento consiste en extirpar una pequeña sección de hueso en la parte posterior del cráneo para aliviar la presión y crear más espacio para el cerebelo. Los resultados esperados de esta cirugía suelen ser positivos, y muchos pacientes experimentan un alivio significativo de los síntomas y una mejor calidad de vida. Sin embargo, como cualquier procedimiento quirúrgico, conlleva riesgos y posibles complicaciones que deben manejarse cuidadosamente.
La evolución del paradigma de tratamiento para la MCI en los últimos 40 años subraya la importancia de una selección adecuada de pacientes. La identificación de candidatos para la cirugía implica una evaluación exhaustiva de los síntomas y los hallazgos de las imágenes. Los pacientes con síntomas graves y evidencia clara de herniación de las amígdalas cerebelosas en la RM suelen ser los mejores candidatos para la cirugía. Aquellos con síntomas leves o ectopia tonsilar asintomática pueden tratarse de manera conservadora, evitando los riesgos asociados con la cirugía.

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