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Artritis Infecciosa

La artritis infecciosa, particularmente la artritis bacteriana aguda, representa un riesgo significativo para la salud, especialmente entre las personas mayores y los individuos con artritis preexistente. La identificación rápida y precisa de esta condición es crucial, ya que los retrasos en el diagnóstico y el tratamiento pueden provocar daños graves en las articulaciones y discapacidad a largo plazo. El Staphylococcus aureus es el principal culpable de la artritis séptica, aunque otros patógenos bacterianos, virales, micobacterianos y fúngicos también pueden ser responsables. Esta revisión exhaustiva examina la patogenia, los factores de riesgo, las respuestas inmunológicas y las estrategias de tratamiento asociadas con la artritis infecciosa, destacando la necesidad de una intervención médica oportuna para prevenir resultados debilitantes (1).

Artritis Infecciosa

La artritis infecciosa generalmente surge de la diseminación hematógena de patógenos al tejido sinovial altamente vascularizado, que carece de membrana basal, lo que lo hace susceptible a la infección. Staphylococcus aureus, la causa más frecuente, se adhiere a la proteína sialoproteína ósea en las articulaciones y libera proteasas de condrocitos que degradan el tejido sinovial. Esto conduce a una afluencia de leucocitos polimorfonucleares, que liberan enzimas que destruyen el cartílago articular y estrechan el espacio articular. El trauma o las inyecciones intraarticulares pueden preceder a la infección, particularmente en individuos con artritis subyacente. Otros factores sistémicos, como la terapia inmunosupresora, la diabetes, las neoplasias y las infecciones como la endocarditis o las infecciones urinarias, también predisponen a los individuos a la artritis infecciosa.

La respuesta inmunológica del cuerpo juega un papel crucial en la manifestación clínica de la artritis infecciosa. Por ejemplo, los pacientes con hepatitis B pueden desarrollar artritis debido a complejos fijadores del complemento en las articulaciones antes de que aparezca la ictericia. La artritis postinfecciosa puede seguir a infecciones con patógenos como Neisseria meningitidis, enfermedades de transmisión sexual o bacterias entéricas como Shigella, Salmonella, Campylobacter y Yersinia. La presencia del antígeno de histocompatibilidad HLA-B27 aumenta significativamente el riesgo y la gravedad de la artritis postinfecciosa.

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El tratamiento eficaz de la artritis infecciosa depende del uso rápido de agentes antimicrobianos apropiados. La terapia inicial a menudo incluye nafcilina o una cefalosporina de segunda generación, con ajustes basados en el patógeno específico identificado a través de tinción de Gram y cultivos. Por ejemplo, las infecciones estreptocócicas responden mejor a la penicilina G o la clindamicina, mientras que el Staphylococcus aureus resistente a la meticilina (MRSA) requiere vancomicina. Las infecciones después de mordeduras de animales o humanos necesitan antibióticos efectivos contra la flora oral, como ampicilina o ampicilina / sulbactam. El tratamiento para la artritis causada por bacterias gramnegativas incluye cefalosporinas de tercera generación, aztreonam o imipenem / cilastatina, adaptado a los resultados de las pruebas de susceptibilidad.

La duración de la terapia con antibióticos varía según el patógeno. Por ejemplo, las infecciones por Haemophilus influenzae, estreptococos y cocos gramnegativos generalmente requieren dos semanas de tratamiento, mientras que las infecciones por estafilococos y bacilos gramnegativos pueden necesitar tres semanas. Una buena respuesta terapéutica está indicada por cultivos negativos del líquido articular dentro de los cinco días de iniciar los antibióticos. La bursitis séptica generalmente responde bien a 10-14 días de terapia con antibióticos. Se recomiendan regímenes específicos para la artritis gonocócica, Borrelia burgdorferi, infecciones micobacterianas y artritis fúngica, que a menudo involucran combinaciones de agentes antimicrobianos y, en algunos casos, terapia observada para asegurar el cumplimiento.

Las intervenciones no farmacológicas también juegan un papel vital en el manejo de la artritis supurativa. El tratamiento temprano con agentes antimicrobianos y la aspiración articular diagnóstica ayudan a prevenir la pérdida de colágeno y la erosión de la superficie articular. La aspiración repetida con aguja de los derrames articulares durante la primera semana de tratamiento se recomienda comúnmente, aunque puede ser necesario un drenaje quirúrgico si los derrames persisten. La aspiración guiada por radiología o el drenaje quirúrgico son particularmente importantes para la artritis supurativa de la cadera y el hombro.

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El pronóstico de la artritis infecciosa varía, y existen ciertos factores asociados a resultados más desfavorables. Los pacientes ancianos y aquellos con enfermedades articulares subyacentes suelen enfrentar desafíos más importantes, y las infecciones poliarticulares tienen una tasa de mortalidad más alta en comparación con la artritis monoarticular. La artritis infecciosa monoarticular crónica puede provocar problemas articulares residuales sustanciales, que en ocasiones requieren una sinovectomía combinada con terapia antimicrobiana. Para la artritis crónica micobacteriana o fúngica, es posible que se requiera cirugía además del tratamiento médico.

En conclusión, la artritis monoarticular aguda, especialmente con un nuevo derrame asimétrico en pacientes con enfermedad articular preexistente, debe motivar una evaluación de infección bacteriana. Los estudios microbiológicos, incluida la tinción y el cultivo, son esenciales para un diagnóstico preciso, ya que los hallazgos en el líquido sinovial por sí solos pueden no ser concluyentes. Los derrames monoarticulares crónicos a menudo tienen una etiología infecciosa, lo que requiere un cultivo adecuado del tejido y líquido sinovial para identificar causas micobacterianas o fúngicas. La terapia inicial para la artritis infecciosa debe dirigirse a Staphylococcus aureus, el patógeno más común. La intervención temprana es crucial, particularmente para pacientes ancianos o aquellos con afecciones articulares subyacentes, para prevenir la discapacidad a largo plazo y garantizar los mejores resultados posibles.