En el ámbito de la nutrición, la fructosa suele ocupar un lugar controvertido. Si bien se encuentra naturalmente en las frutas y verduras, su omnipresencia en los alimentos procesados ha generado debates sobre su impacto en la salud. Más allá de las preocupaciones sobre el aumento de peso y la diabetes, las investigaciones emergentes arrojan luz sobre su intrincada relación con el sistema digestivo y las posibles complicaciones (1).
La fructosa, un azúcar simple, se metaboliza de manera diferente a la glucosa, su contraparte. A diferencia de la glucosa, que se absorbe fácilmente en el torrente sanguíneo, la fructosa se procesa principalmente en el hígado. El consumo excesivo de fructosa puede abrumar la capacidad del hígado, lo que conduce a la acumulación de grasa y al desarrollo de la enfermedad del hígado graso no alcohólico (EHGNA), una afección intrínsecamente relacionada con la función del sistema digestivo.
El sistema digestivo juega un papel fundamental en el metabolismo de la fructosa. Cuando la fructosa llega al intestino delgado, sufre una descomposición enzimática, facilitada por enzimas como la fructoquinasa. Sin embargo, cuando la ingesta de fructosa supera la capacidad de absorción del intestino, puede provocar malabsorción, lo que conduce a problemas gastrointestinales como hinchazón, gases y diarrea. Además, la malabsorción de fructosa puede alterar el delicado equilibrio de las bacterias intestinales, lo que podría contribuir a afecciones como el síndrome del intestino irritable (SII).

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Comprender los matices del metabolismo de la fructosa es crucial para diseñar estrategias efectivas para mitigar sus efectos adversos. Si bien las frutas y verduras enteras contienen fructosa dentro de una matriz de fibra y nutrientes, los alimentos procesados a menudo albergan jarabe de maíz con alto contenido de fructosa (JMAF), una fuente concentrada de fructosa sin nutrientes beneficiosos. Limitar el consumo de alimentos procesados y optar por fuentes integrales y sin procesar de fructosa puede ayudar a mitigar el riesgo de complicaciones digestivas y alteraciones metabólicas asociadas con el consumo excesivo de fructosa.

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